viernes, 21 de enero de 2011

Genome-Wide Scan: la histeria y el tarot genético de la hipermodernidad.

Una reciente nota publicada en el diario New York Times "Heavy doses of DNA data, with few side effects", vuelve a traer sobre la mesa un viejo problema ético que pone en entredicho el recurrente affaire del paradigma médico-biológico (con su traje hecho a la medida por las ciencias duras) con las propuestas psicodiagnósticas y de tratamiento (con su respectivo vestido neurobiológico-genético).

El citado Genome-Wide Scan (GWS), vagamente traducido como exploración amplia del genoma, supone la identificación de factores de riesgo genéticos para las enfermedades comunes (aquellas en boga, evidentemente) en in-dividuos suceptibles de adquirirlas. Dicha aplicación, desmesuradamente difundida por el mainstream media,espera que tras una recopilación exhaustiva de todos los datos (valga el pleonasmo) genéticos y ambientales que darían lugar a una enfermedad (volviendo a un modelo monotético de diagnóstico), se pueda intervenir "en" (no "a") estas personas. Dicha difusión actual realizada por los medios de comunicación masiva, encontraría su habitual crítica si no se viese, el mismo argumento, sustentado por los investigadores en el campo de la genética. De manera más cercana y precisa, para situarlo también en nuestro ámbito costarricense, recientemente en un conversatorio realizado en la Universidad Latina de Costa Rica, el Dr. Gabriel Macaya Trejos desarrolló esta idea pero en torno a una a los trastornos mentales. No está de más comunicar el horror que su argumentación científica provocó en mí y en mis fantasmas de augurios (ya que pronto entraremos en el campo de lo esotérico, no en el sentido aristotélico) de nuevas políticas de control que, bajo el sello neurobiológico-genético, adormecerán a muchos en un nuevo sueño realizado con el material reciclado de la eugenesia.

Sin embargo, no desesperemos y antes de sufrir un "panic attack colectivo", prestemos atención a la confusión del cual un cierto discurso se ve presa nuevamente y más importante aún, por qué razón.

El artículo de Tierney (2010), presenta esta confusión bajo la forma de una pregunta -ya no tan hipotética- a la luz de las restricciones de control impuestas por el estado de Nueva York al GWS, imposibilitando a entidades privadas a vender esta exploración SIN la supervisión y aprobación federal (obviamente, los imperativos categóricos tienen su particular modalidad en el modelo ético neoliberal). No por capricho se habló de neoliberalismo ya que esa pregunta, causa de confusión, indica un excedente de la demanda sobre la oferta: ¿qué sucederá cuando los protectores públicos (el gobierno federal), se vea excedido en sus labores de supervisión sobre la demanda generada por los consumidores al GWS?

Está pregunta plantea dos importantes puntos análisis acerca de la confusión presentada.

En primer lugar, las medidas de protección se realizaron con miras al consumidor y en la posibildad de que éste reciba erróneas interpretaciones de los resultado (una relación de poder se inaugura en un discurso dominate, para pensar un poco en Foucault) por parte de las empresas privadas que ofrecen el GWS, siendo que, ni el mismo gobierno ni la comunidad científica, ponen su reputación en un inexistente índice de confiabilidad (consenso arbitrario) y por consecuente de validez donde el objeto como tal corresponde a su nombre (por poner un ejemplo de esta forma de realismo medieval donde se presupone un orden natural preexistente al observador, el alzheimer y los resultados del GSW [el objeto y la cosa] es unívoca, el observador sólo constata lo que presupone; y ni hablar de los trastornos mentales que siguen la misma línea de establecimiento en el DSM). Sin embargo, por no haber un consenso arbitrario establecido, la validez no se sostiene y las disputas entre Amos vienen a lugar.
Lo interesante y confuso para estos Amos yace en que no hay ansiedad por parte de la gente a someterse a estas exploraciones. Por el contrario, están dispuestos a saber y hasta a pagar, sin importar en mayor medida los resultados que puedan salir respecto de sus cuerpos.

En segundo lugar sale a la luz el asombro por cómo muchas de estas personas, a pesar de encontrarse y confirmarse ciertas condiciones, no cambian sus hábitos de suceptibilidad. Por el contrario, se someten a más estudios comprobatorios; por ejemplo la persona cuya interpretación de resultados da lugar a una suceptibilidad al cáncer pulmón, no dejaría de fumar sino que constantemente se sometería a exámenes médicos comprobatorios: placas torácicas, citologías de esputo, broncoscopías. toracotomías, en fin la lista tiene el límite de la imaginación de las formas en que se puede comprobar (e imaginar) de manera invasiva en el cuerpo(aún) "esa supuesta falla inicial".

Frente a estos dos puntos, no hace falta saber que estamos ante una vieja y conocida forma de confusión frente a una desconocida pero habitual forma de proceder que adahora, tocando de puerta en puerta, ponía en entredicho un saber que no le alcanzaba (ni antes ni ahora)para definir su deseo: la histeria. Quien toca a la puerta de un nuevo Amo, es la histeria nuevamente, para volver a ridiculizarlo, hacerlo caer y desnudarlo de su indumentaria neurobiológica-genética para develar aquel viejo y fallido cuerpo del paradigma anato-patológico de finales del siglo XIX que alguna vez le prometió, entregar, al igual que ahora, "el domingo de la vida", la felicidad.

El precio de esta promesa, que en todas la épocas el Amo debe pagar, empieza por mostrar nuevamente el nombre en la factura: el modelo médico-biológico. En esta ocasión, no está el consenso arbitrario que es el que siempre ha otorgado la ilusión de confiabilidad, validez y objetividad en el método científico. El emperador no sólo fu estafado y está desnudo sino que duda antes de salir para curarse en salud.

La hipermodernidad no sólo ha llamado a un particular discurso dicurso histérico sino que éste ha definido un nuevo Amo particular. Si es la histeria quien define el tratamiento, no es casual que, en la época de las terapias alternativas, flores de Bach, yoga occidentalizado y cuanto disparatada oferta alcance la demanda, la neurobiología-genética, sin escapar al espíritu de una época y en el afán de situarse en un discurso Amo y responder definitivamente, adquiera un caracter esotérico, destino al que fue llevado alguna Antoine Court de Gébelin como iniciador de la interpretación del Tarot. Dicha interpretación, si en un inicio adquirió valor científico en la medida en que se apoyaba en investigaciones lingüísticas realizadas con la escritura egipcia, adquirió posteriormente una modalidad lúdica de adivinación popular que no esperó a que el desciframiento de los jeroglíficos por parte de Champollion desacreditara las investigaciones Court de Gébelin; la histeria de la época, ya lo había hecho. El funesto final de Court de Gébelin, electrocutado en un experimento con Mesmer, evidencia el último precio final a pagar cuando se confunde el conocimiento con la verdad.

Aunque es mucha la crítica y el comentario que se puede desprender de este tema(el desdén y la apelacion a la objetividad cuando se juega un elemto de subjetividad desde el momento en que hay interpetación de datos; la imposibilidad de dar con un tratamiento cuando es precisamente por fundamentrse en modelos descriptivos que no tienen como fudamento un marco teórico estructural, etc.) y del artículo, sí podemos vislumbrar que, ante el inminente final pronosticado de las psicoterapias, la respuesta histérica, del sujeto hipermoderno como llamaría Gilles Lipovestsky, convoca a un lugar particular, a un espacio que en algún momento respondió pagando no con la mirada ni la imposición de la palabra, como lo hacía el paradigma anato-patológico y como lo hace hoy en día, con algunas variantes, el paradigma neurobiológico-genético con la mirada virtual que ofrece la tecnología médica y con la imposición de la pastilla suprimiendo la palabra, para aludir a la farmacoterapia). Sin embargo, tanto ayer como hoy, la consigna a la escucha y la apertura a la palabra se mantiene y a necesidad de desligar (sin desdeñar) la psicoterapia o lo que es propio de la psicoterapia de un modelo médico-biológico que ejerce sus efectos de poder al apelar a un positivisimo que no encuentra cuantificación, ni mucho menos, objetivización en el sujeto.