viernes, 15 de enero de 2010

Política y publicidad. ¿Y las reglas del juego?

Siempre se creyó, en el imaginario social, que el despliegue publicitario en el ámbito nacional, estaba regido por una serie de normas y disposiciones legales que impedían el ataque directo a otras marcas competidoras en la promoción de un producto bajo publicidad comparativa.


Poco se adivinaba en el ámbito cotidiano, que dicha prohibición, no estaba legalmente y formalmente reglamentada, sino que respondía a un "acuerdo entre caballeros", que dirimía toda posibildad de ataque en el accionar publicitario, a una marca especifica.


Esto devino en un pacto, simbólico por lo demás, y que encontró formalización en una serie de recursos publicitarios que apelaron la construcción de una marca por encima de encontrar en una retórica opositiva la finalidad fetichista de exigir la venta de un producto sin hacer visible los medios de producción detrás del mismo. Por ejemplo, cualquier producto puesto en el mercado, era promocionado a partir de la producción a la cual éste había sido sometido, enseñando los medios y las relaciones humanas que dieron lugar al mismo. Esto fue lo que siempre prevaleció, al menos en el entorno nacional.


A mediado del año 2009, la cadena de supermercados Megasuper desencadenaría lo que el malestar de esta época, no podía soslayar: empezó a realizar una campaña publicitaria, en donde se atacaba de manera directa la cadena de supermercados Palí; las reglas del juego habían cambiado.


Muchos empezamos a cuestionar si dicha parafernalia visual, violaba las disposiciones legales en materia de campañas publicitarias. La respuesta no se hizo esperar; no existía tal señalamiento legal que restringiera la publicidad comparativa desde la ley 7472, Ley de Promoción de la Competencia y Defensa Efectiva del Consumidor, y lo que prevalecía en esta prohibición, era un pacto, un "acuerdo entre caballeros", mítico, sin lugar de origen o figura representante, sin una firma o lugar de inscripción que lo sostenga: la guerra publicitaria podía comenzar.


Si algo definió a esta campaña política para las elecciones 2010 fue lo que muchos consideraron, una falta de ética en el accionar publicitario en donde la descalificación se volvió la consigan de todo partido político, grande o minoritario.


¿Descalificación hacia quién? Hacia todos los ciudadanos que aquel 7 de febrero llegarían a la urna a "botar" su destino.


El discurso populista engalanado por los ya conocidos atuendos de denuncia a la corrupción en las altas esferas, de teorías de conspiración elucubradas por el partido mayoritario y, la más cara y atrayente prenda en toda la indumentaria, la inseguridad ciudadana. Bajo este discurso se uniformaron la mayor parte de los partidos políticos en pugna durante el período electoral.


Muchos, sino es que la gran mayoría, la compacta mayoría, sucumbieron a esta maquinaria publicitaria adoptando dos posturas: el rechazo a esta monserga oportunista seguido por una apatía hacia la política y un posible abstencionismo; o bien, la supeditación a la misma y verse incitados a la votación, en pos del furor incentivado por estas campañas.


Amabas posturas tan sólo con dos caras de una misma moneda y en ambas posiciones, se cae en mismo error del discurrir posmoderno: creer que este nuevo accionar publicitario responde a una voluntad particular que descalifica el pensamiento crítico del ciudadano. A saber que en boca popular se oiría decir: "los políticos creen que el pueblo es, se ha vuelto o lo quieren volver ingenuo y ante esto, recusan la posibilidad de establecer un planteamiento de sus idea que dé cuenta del desarrollo y contenido de las mismas". Vemos como bajo esta lógica, esta implícito la duda, la sospecha, la apelación a ese padre perverso, titiritero que la posmodernidad tanto teme. Para muestra, los últimos anuncios realizados por Ottón Solís y el Partido Acción Ciudadana, donde, bajo la entrega de una serie titulada marionetas, muestran a la candidata por el Partido Liberación Nacional y al candidato por el Movimiento Libertario, como marionetas de ese invento de un delirio nacional: Los Arias.


Se apela a Los Arias como un delirio nacional, porque vienen a ocupar ese lugar de autoridad que en la posmodernidad, sospecha un poder que lo que busca es gozar a costa del otro. Así, se extiende ad infinitum la cantidad de elucubraciones en la cultura popular acerca del control omnipotente que maneja esta construcción, los Arias, en torno al país y su desarrollo. Este delirio, iniciado desde que la Sala IV aprobó la reelección, evidentemente encontró continuación la postulación de Laura Chinchilla. Ahora, el Movimento Libertario, cuyos cuestionamiento de fondos aquí no vamos a negar, entró, bajo la mirada de la campaña del PAC, en dicho modelo de control arista.


De tal forma que, bajo este discurso, con los Arias o sin los Arias en el Ejecutivo, el poder siempre éstos lo van a ejercer para seguir manipulando al país. Dicho pensamiento lo encontramos en mayor escala con el cambio de gobierno en los Estados Unidos. A pesar de que los Bush se encuentran fuera del poder, Obama se encuentra atado de manos, sujeto a unos titiriteros corporativos que son los que en realidad controlan el país y la economía mundial.


El mensaje manifiesto en este tipo de campaña deja ver un malestar latente que va más allá de estas construcciones delirantes. El peligro del último mensaje realizado por el PAC no radica señalar la manipulación de la candidata por parte las altas esferas del partido, sino en mostrar que esos que manipulan, representantes de la autoridad, en realidad son déspotas perversos usurpadores del poder. No es casual que a la par de éstos, se dejasen ver dos personajes cuyas vestimentas, desde una promoción de un juicio valorativo, podrían creerse que se tratan de un banquero y un narcotraficante: estandartes hoy en día de corrupción. Con esto se confirma que esto que dice que el padre de la posmodernidad no sólo es sospechoso sino que es culpable. ¿De qué? De gozar a costa de sus hijos. Esta es la idea que pretende vender el discurso capitalista de la posmodernidad, el cual oculta la figura del AMO ABSOLUTO, del discurso del amo de la modernidad, para entregar al sujeto libre elección y albedrío. A saber que, bajo el discurso capitalista elucubrado por Lacan en Milán en mayo del ´72, se amparan los argumentos actuales bajo la egida de cualquier bandera. El tema es otorgarle al sujeto esa ilusoria vestimenta de libre elección en tanto, bajo regímenes totalitaristas o bien la tiranía del consumismo, el deseo se ve ahogado las interminables redes de un goce mortífero.


Imputar a los actuales candidatos por las campañas que se han venido realizando, elimina la posibilidad de demandar de ellos la cuota de responsabilidad que junto a la nuestra, exige el curso de este período electoral. Adahora, las propuestas presentadas por los distintos partidos, habrían parecido risibles, fuera de tono y desdeñables. Actualmente ocurre todo lo contrario, ¿qué ha sucedido?


La posmodernidad ha cambiado las reglas del juego al punto que bajo el ala del discurso capitalista, se promueve la ilusión de una ruptura de todas las reglas. Bajo la consigna de que todo se puede, una ganancia sin pérdidas, una democratización sin fronteras, la nuevas campañas surgen como efecto de dicho pensamiento. Hoy más que nunca, este período electoral pone en evidencia que el pensamiento posmoderno nos ha alcanzado. La caída del la ley simbólica no sólo se ve en el acontecer político sino en el día a día. La cultura del simulacro golpea fuerte nuestro país que, bajo el Quéjese de Repretel, los reality show a manera de concurso del canal 7, y el auge de las redes sociales que ahora encuentran auspicio de Kolbi, por si la ruptura del lazo social aun no era razón suficiente para fruncir el ceño, ve desvanecerse las reglas de un juego el cual, a diferencia de las grandes potencias mundiales, no podemos darnos el lujo de pagarlo sin la escritura de las mismas.

miércoles, 6 de enero de 2010

Buen patriota, buen perverso

Divertido ensayo presentado en el 2001, en mi primer año en la UCR, que ilustra lo que fue mi primer intento de cortejo y coqueteo con la teoría freudiana, sostenido por un incipiente manejo teórico, menesteroso y poco acertado para dicha época. Posteriormente abandonaría dicha causa para que un año más tarde, fuese el mismo Lacan, a partir de su lectura, el que me volviese a introducir al pensamiento freudiano y a todo un cuerpo teórico que encontraría sutura por el trabajo clínico. El ensayo no fue editado con el fin de mostrar esos primeros tropiezos y desaciertos que uno encuentra al inicio (como en toda relación), cuando trata de darse a la conquista de un objeto aun por producir…y aun en producción.


La palabra perversión, en el sentido doxológico, alude a la maldad, a un pérfido deseo de un mal reprimido (¿o acaso requerido?), es decir, nos remite toda una categorización moral de su significado. Cuando se habla de perversión, tenemos que tener en cuenta que nos estamos refiriendo únicamente a la perversión sexual en tanto que considero absurda alguna otra acepción.

La perversión, desde un punto de vista social, se constituye como una enfermedad la cual se contrapone a la “normalidad” sexual.

Esta “normalidad”, como ya se vio anteriormente con la primera concepción freudiana, no llega a ser sino el proceso por el cual se llega a las perversiones a través de las desviaciones. Este argumento pone en duda el término de normalidad sexual que socialmente conocemos e inclusive plantea un cuestionamiento acerca de si debería de hablarse de una perversidad sexual en lugar de una normalidad.

Me fue necesario explicitar todas estas breves aclaraciones acerca de la perversión ya que como quedó dicho, se ocupa de una perversión para que haya sexualidad. En adelante se pensará en la perversión como algo implícito en la norma misma y no dentro del campo de las discriminaciones. Con esto podemos deducir que el sexo acarrea consigo perversión y esta conduce a una inflamación del proceso sexual normal (perverso).

Ahora que ha quedado más claro el concepto de perversión vinculado con la normalidad sexual, podemos introducir el tema acerca del sexo de la patria en relación con el proceso perverso que señala Freud en su segunda concepción de las perversiones.


En primer lugar es importante plantear algunos cuestionamientos acerca de lo que podría llegar a significar el hecho de que una patria tenga sexo.

La patria en sí, se constituye como una construcción del lenguaje, imaginaria si se quiere en cuanto que se piensa como una unidad, unidad formada por individuos que viven una experiencia sexual a través de la palabra.

Es a través de esta palabra que la patria recibe su sexualidad remitiendo al género masculino. Pero, ¿es este el verdadero sexo de la patria o hay acaso una connotación femenina implícita en el discurso?

En segundo lugar cabe aclarar que relación tiene el sexo con la patria y los individuos.

Se plantea una paradoja en cuanto a la ignorancia que tienen los individuos ante el verdadero sexo de la patria. Para que estos lleguen a saberlo, tiene que haber una relación sexual de ellos con la patria, la cual, por razones obvias, no se da. Esto nos remite al proceso perverso establecido por Freud en el cual el individuo negará el verdadero sexo de la patria y recurrirá a un fetichismo.

Para una mejor comprensión de lo susodicho, aclararemos brevemente todo lo que involucra el proceso perverso.

Para la comprensión de este proceso, Freud abordó tres aspectos metapsicológicos: la desmentida (déni) de la realidad, la denegación [déni] de la castración y la escisión del yo.

Freud establece una relación entre la desmentida y la psicosis en cuanto que la primera funciona como inductor de procesos en la segunda. Sin embargo Freud, llega a reconsiderar esta discriminación inicial. La desmentida de la realidad le deja de parecer específica de las relaciones psicóticas, pues ese mecanismo se encuentra ilustrado en el fetichismo. En esta perversión la desmentida de la realidad se refiere a la ausencia del pene en la madre cual remite automáticamente a una denegación de la castración. Con esto Freud presenta un mecanismo de defensa ante una realidad percibida en la ausencia del miembro fálico, como proceso perteneciente a una organización perversa. En el fetichismo esta desmentida, inaugura la formación del objeto fetiche. A partir de este se dan dos corrientes psíquicas. Una que verifica la ausencia del pene y otra que lo atribuye imaginariamente con la forma del objeto fetiche. Con esto se pone de manifiesto la escisión del yo que se evidencia en el fetichista y en todos los perversos. Freud no limita esta propiedad como un mecanismo operatorio constitutivo de las perversiones sino que la generaliza al nivel del funcionamiento psíquico de los procesos.

La paradoja establecida anteriormente es muy similar a la paradoja psíquica establecida por Freud: los individuos quieren saber algo de la castración mientras que al mismo tiempo no quieren saber nada de ella tampoco. Similar sucede con los habitantes de la patria los cuales quieren saber el sexo de esta pero utilizan la ignorancia de excusa para no saber nada acerca de ello. En ese sentido, las perversiones remiten a la cuestión de la diferencia de los sexos como tal.

Freud ubica el proceso constitutivo de las perversiones en torno a la atribución fálica a la madre, en nuestro caso a la patria (matria). Esta atribución fálica tiene que ver con la concepción de algo que tendría que haber estado allí y es vivido como faltante. De ahí el origen del objeto fálico.
La matria en su inicio se presenta carente de ese objeto fálico. Los habitantes, así como el niño, no renuncian a la representación de la matria fálica. La movilización del deseo con relación al deseo de la matria se apoya en la elaboración de un objeto imaginario supuesto a faltar a la matria, y que le permite, en un primer momento, identificase con un objeto tal que podría identificar a la matria carente. Esta es la identificación propia de los habitantes.

Ante la angustia de castración evidenciado en la matria, los habitantes o fetichistas recurren a un complejo proceso de defensa. Se niegan a reconocer la ausencia faltante del pene en la matria. Ante esto reaccionan elaborando una formación sustitutiva. El fetichismo ante la desmentida de la realidad responde: como la matria no tiene falo, se le encarga el objeto a faltar, se le adhiere el objeto fálico, el objeto fetiche; en este caso la palabra fetiche: patria. La elección de esa palabra, permite a los habitantes a no renunciar al falo en la matria y con ello también neutralizan la angustia de una posible castración.

De tal forma a partir de la connotación femenina de la patria, podemos recurrir a la connotación fálica implícita en esta, poniendo en evidencia que el buen patriota, no sólo es aquel que procura el bien común de su patria a partir del amor a ésta, sino que es el buen perverso que desmiente dicha connotación.

Naturaleza humana: oxímoron autorizado de la posmodernidad

Otro ensayo de mis años mozos universitarios.
En la antesala de un siglo XXI que, cada vez más ve prolongarse el eclipse de la modernidad, yace la reiterada nece(si)dad de cuestionar esa condición que, ya ajena, siempre particular y, por lo demás, atribuida, nos indica un punto ciego en el campo de acción que impide incurrir en algún tipo de ontologización. De esta manera, es pertinente construir la interrogante: “¿de qué hablamos, cuando hablamos de naturaleza humana?

Esta pregunta, retórica por cierto, supone la apertura de espacios discursivos, la elaboración de un texto si se quiere, en donde se entrama un tejido de relaciones contradictorias, que más allá de plantearse como respuestas, ejecutarán lo que se entiende hoy por naturaleza humana, desde un lugar deferencial.

Antes de dar inicio a estos espacios de lectura, es pertinente que situemos un problema (entre los muchos) que trae consigo la pregunta planteada y es ¿quién es ese que habla de naturaleza humana? Esta pregunta, a la pregunta, nos conduce a una afirmación lógica y es que, eso que entendemos por naturaleza humana, está en función de ese o esos que la hablan. Más acertadamente, una conceptualización de naturaleza humana, está en función del discurso que la define.

De esta manera, resulta inútil cualquier abordaje que trate de dar cuenta de la especificidad de “naturaleza humana” dejando por fuera la manera cómo las características de éste responden a la interacción con otros factores. En esta medida, estos discursos que hablan de naturaleza humana, nos proponen dos vertientes antitéticas bien articuladas a manera de preguntas que seguirán abriendo el diálogo: ¿qué hay de humano en la naturaleza? y/o ¿qué hay de natural en lo humano?

Esta última pregunta trae, por oposición, un principio estructuralista fundamental: el de la diferencia. Es decir, si nos preguntamos por eso que hay de natural en el ser humano, debemos preguntarnos también, por ese residuo artificial que obtendríamos en la respuesta a la pregunta. Por otra parte, si estamos en el campo de una oposición entre lo natural y lo artificial, no podemos soslayar lo correspondiente entre naturaleza y cultura, naturaleza y lenguaje, si se quiere.

Esta engañosa oposición, no puede más que encontrar su argumento en la etimología de la palabra. Naturaleza encuentra su origen etimológico en la palabra latina natura que, a su vez, procede de natus, participio del verbo nasci, nascere.

De esta forma, en nascere, se está haciendo alusión, no a un objeto natural externo, sino a un proceso de origen. En este sentido, lo natural se constituye en el orden de lo performativo, de aquello que se transforma. En esta medida, lo natural como proceso, encuentra distintos ejes de función del discurso que la articule. Así, no se rompe del todo la oposición naturaleza/cultura sino que encontramos mayor fundamento para decir que lo natural es propio de la cultura.
Con la afirmación de que en la cultura, no hay nada de natural y, más aún, que si lo hubiese, estaría definido por ésta, hablar de naturaleza humana resultaría contradictorio.
Con respecto al ser humano, hablar de una naturaleza inherente a éste, previo a un proceso de acceso o entrada a la cultura, resulta ineficaz bajo susodicho argumento.

Así, debemos desdeñar todo intento de incurrir en argumentos que establecen una esencia del ser fundamentado en lo natural, siendo esta naturalidad, producto de un artificio mismo como lo es el lenguaje. La naturaleza, así, se construye en este artificio, social, cultural, que le aporta un estatuto jerárquico ficticio, que no hace sino remitirnos al carácter de opuestos binarios que articula el deconstruccionismo.

En esto, es bastante acertada la distinción que propone la teoría psicoanalítica en cuanto a la construcción de los pares (opuestos) instinto/pulsión. Si bien, no indican una correspondencia directa con naturaleza/cultura, ponen en tela de juicio eso que se puede considerar como natural.
Así pues, lejos de atribuir una cualidad instintiva al ser humano, se le atribuye una lógica pulsional en donde los modos de satisfacción van a estar sujetos a las formas de relación con un objeto. El instinto, no así, va a ser exclusivo de las especies animales, en donde se responde a una temporalidad y a una sistematicidad específica. Sin embargo, no hay que perder de vista que, en esta noción de instinto, no hay nada de natural. Es decir, en tanto este atravesado por el lenguaje, se constituye como una ficción sujeta a alteraciones.

Al decir que una persona es “buena” o “mala” por naturaleza, lo que está de fondo, es toda una construcción social de naturaleza que apunta un sentido, a esto considerado como “bueno” o como “malo” en el discurso que lo articule.

De esta forma, y bajo este par, es como podemos articular la perversión encubierta por lo natural en la posmodernidad. Lo natural, en la estructura social, autorizado por la ley que la burla y re-produce para dar lugar a la producción de actos que, bajo un despliegue neurótico, encuentra lugar en ciertas sociedades como modo de articulación de un malestar social, de la caída de un nombre, significante derivado de lo originario que acordaría las normas de lo cultural e insertaría a los sujetos en dicho orden: el Nombre-del-Padre, la ley del orden simbólico.

Bajo la égida del discurso capitalista y sus despliegues consumistas, el sujeto, en particular las sociedades síntoma, se encuentran consumidos en un mundo que hoy más que nunca goza, no encuentran otra forma de producir su historicidad en la reproducción de actos, que ante la renuencia a la escucha los promueve, los naturaliza y, por consecuente, los censura.

De esta forma, más allá de recurrir a una teoría que, fundamentada en una clínica, esotérica para algunos, pueda darnos mayores argumentos en la constitución del ser humano en cuanto a su estructura, podemos limitarnos a la lógica detrás de la construcción semántica.

La naturaleza se vuelve así un artificio, un aparato del lenguaje que no se vuelve discernible sino en la verosimilitud que proyecta en una pantalla de ficción que se opone a la realidad de las cosas. Precisamente, en naturaleza humana, la presencia de la palabra naturaleza ausenta la cosa, una naturalidad como tal, para dar lugar al referente. Este referente ficticio, construye una realidad, que a luz de la posmodernidad, se nos vuelve verdadero.

De esta manera, en una época donde todo aquello que es procesado, construido, todo lo artificial, es presentado como natural, ¿por qué habría el ser humano de escapar a esa tendencia cultural?
Si hubiese algo de natural en el ser humano que escape a esa naturaleza artificial, no podría conocerse y, por consecuente, sería el orden de lo indecible.
Jorge Ramírez R.

sábado, 2 de enero de 2010

Tecnología 3g: del panóptico foucaultiano al sinóptico baumaniano.

Poco podía haber imaginado Foucault, cuando en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, retomara la noción del panóptico de Bentham como un nuevo modelo de sociedad bajo una nueva óptica en torno a la vigilancia y el control, en lo que devendría su idea a la luz de una subjetividad que en la era de la posmodernidad, llegaría a cuestionar las ideas mismas del filósofo. Años antes, George Orwell con 1984, articularía dicha ruptura en una antesala que sólo vería su realización con la incorporación de su novel en la cultura popular con la puesta en la pantalla grande de la misma en la adaptación de Michael Radford. Fue de´pués de la década de los años 50, y particularmente en el trascurso de la década de los años 70, que el término posmodernidad alcanzó conceptualización en los discursos filosóficos y sociológicos, para dar cuenta de un fenómeno particular del siglo XX, caracterizado por la caída de los grandes relatos, como lo define Lyotard (1989).

Tanto Jean-Fraçoise Lyotard como Gilles Lypovetsky en La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo, llegan a cuestionar la incursión de la tecnología en esta nueva era, en donde es a partir de las trasformaciones tecnológicas, que algo del saber se ve eclipsado en favor del conocimiento. El conocimiento y el cálculo moderno se desplazarían al simulacro posmoderno como señala Žižek (2005), retomando las ideas de Sherry Turkle y a su vez del concepto desarrollado por Jean Baudrillard.


A grandes rasgos, el panóptico de Bentham a finales del siglo XVIII concebía una estructura para la prisiones en donde una torre de vigilancia se erguía sobre un número de celdas dispuestas en un espacio de 180 grados alrededor de dicha torre, adquiriendo el vigilante una visión de cada una de éstas, sin que los prisioneros pudieran dar cuenta si éste los estaba observando. A su vez el vigilante o los vigilantes en dichas torres, estarían sujeto a prácticas de vigilancia y supervisión de manera más sencilla por tratarse de un número menor. La propuesta es sencilla, el prisionero sabe que lo están viendo, y aunque no todo el tiempo lo están haciendo, el temor a que en el momento de incurrir en alguna falta, pueda estar siendo vigilado, y por consecuente castigado, lo mantiene bajo control. De aquí el término panóptico encuentra en su etimología, su fundamentación conceptual: πἄν, neutro de πἄς del griego, que deriva en el vocablo castellano todo y ὀπτικός, también del griego, que deriva en óptico (Corominas y Pascual, 1980); una óptica toda, un lugar desde donde todo se ve.

Como se dijo, Michel Foulcault retoma este modelo en 1975 en el texto anteriormente mencionado, para establecer una serie de lineamientos alternativos a los modos en cómo se ejercían los métodos de vigilancia y control en el ejército, en la educación e inclusive en el ámbito de la salud. Desgraciadamente, dicho modelo, bajo el auge del discurso de la posmodernidad, no encontró otro lugar que el de la sospecha. Si el pasaje de la modernidad a la posmodernidad suponía una caída radical de todo discurso que ocupa un lugar de autoridad, dicho vigilante solitario en esa torre de control sería encontrado culpable, ¿de qué? De atreverse a ocupar ese lugar de autoridad que el discurso posmoderno tanto desdeña.

Como se indicó, Foucault dejaría pasar por alto una alternativa lectura de 1984, escrita por George Orwell en 1949, al sugerir el modelo del panóptico. Ahora bien, el aparente desliz de Foucault no sería ingenuo sino que en su omisión en la lectura, la figura del Gran Hermano aún no encontraría correlato en la tecnología que vería su auge a principios de los años 80. En 1984, Orwell introduce el personaje Gran Hermano, como el representante de El Partido; dictador y líder de Oceanía, El Gran Hermano, hacía sentir su presencia mediante una gran campaña propagandística que alertaba a la población con frases como "El Gran Hermano te está viendo", y esto a partir de telepantallas que se desplegaban a lo largo de todo el territorio. En los años 50, la lectura que se podía hacer de este texto, hacía alusión a una secuela contra los estragos del totalitarismo Nazi y el impacto ejercido por la maquinaria propagandística en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en los años ochenta, con el desarrollo de los sistema de circuito cerrado y bajo el imperio de la de discurso posmoderno, el temor al Gran Hermano no se haría esperar bajo el uso de estos sitemas que se empezaban a utilizar con fines de seguridad. El panóptico foucaultiano se vería exacerbado por ese temor posmoderno y la necesidad de la caída de la ley o su representante, aludiendo a fines perversos. La lógica del discurso de la posmodernidad supone que si hay alguien que vigilase, este alguien lo haría con fines perversos y bajo ningún control sobre sí: un Amo absoluto. Si Nietzsche anunció la muerte de Dios, la tecnología lo revivió en la posmodernidad bajo el temor a esta ilusoria figura omnipresente que todo lo vigila y lo controla. Las teorías de conspiración en contra de la Iglesia o los actuales gobiernos, aludiendo a un grupo que tiene un control holístico (para complacer también a los seguidores de terminologías New Age), no hacen más que señalar que hoy más que nunca, el ateísmo contemporáneo encuentra su escala invertida en la creencia de un grupo que todo lo controlaría desde su alta esfera olímpica. Un paso más, y nos atreveríamos a decir que la posmodernidad, y particularmente en Occidente, está desplazando el monoteísmo cristiano (la creencia en un ser superior que por su poder divino, todo lo controla) a un politeísmo tecnocrático (la creencia en un grupo de seres superiores que, por su poder económico, todo lo controlan). En ambos casos, el concepto sigue siendo el mismo, ya sea un dios o un grupo de empresarios, ambos controlan el mundo de manera corrupta y perversa, obteniendo el máximo goce a expensas de los demás. En esta última oración, se podría resumir la consigna posmoderna.
Lo que sí es evidente, como señalan autores como Sloterdijk, Deleuze, Baudrillard, Bauman, Lipovetsky y más recientemente, Žižek, hay un peligro en dar por sentado los beneficios sin pérdidas que la posmodernidad, bajo el nuevo auspicio del discurso capitalista, trae para el futuro. Lacan, con la vuelta que realiza del discurso del Amo para dar lugar al discurso capitalista, ejemplifica como esto nada tiene que ver con un modelo económico sino con uno que atañe a la subjetividad misma en el marco de esta era. De tal forma, Marx, jamás habría concebido en El Capital, que los términos de valor de uso y valor de cambio para dar cuenta del concepto de plusvalía, encontrarían un lugar distinto de articulación siendo que hoy todo producto adquiere solo el lugar de valor de cambio. En término simples y que en nada complacerían al filósofo, se puede ejemplificar esto. Adahora, la compra de un vehículo por parte de nuestros abuelos, se hacía con la finalidad que este durase el mayor tiempo posible. Expresiones como "ahora si tiene carro para toda la vida" o "de aquí hasta que me muera me va a durar", eran comunes al oír a algún comprador de algún automotor: cabía hablar de un valor de uso. Hoy en día, el joven comprador realiza la transacción, no sin antes fantasear el momento en que pueda cambiar su vehículo por otro más nuevo. El "me durará para toda la vida", se reduce a un escéptico "dura lo que tiene que durar". Esta misma fórmula también la podemos encontrar en las nuevas parejas y matrimonios posmodernos. La elisión de toda responsabilidad de la persona sobre sus propios actos dirigen la culpabilidad hacia ese personaje o personajes perversos que controlan el mundo. La gente continúa criticando al actual gobierno de turno, sin asumir la responsabilidad de una votación por parte de ellos mismos que llevó a los mismos gobernantes al poder. Sin embargo, se apela ingenuamente a la manipulación de los medios que mediaron para afectar en dicha votación. De nuevo, se apela a una herramienta externa para eludir la responsabilidad de un destino que las personas no quieren forjar.

Hoy más que nunca, el temor a este supuesto Gran Hermano ha devenido, en la era del simulacro como la llama Baudrillard, en la construcción de un panóptico exacerbado ha dado lugar al sinóptico de Bauman en donde ya éste no consiste en unos pocos vigilando a muchos, sino en muchos vigilando a unos pocos: bienvenidos al Internet.
Aquí, bajo las formas de redes sociales o video blogs en sitios como youtube, se tiene una gran cantidad de personas vigilando u observando los que hacen unas pocas. Los reality shows también atestiguan este fenómeno, dando por sentado una realidad simulada que es tomada como tal. Es pertiente que no caigamos en nociones ingenuas de una realidad objetiva y una subjetiva, que desembocan en preguntas aún más ingenuas acerca de qué es la realidad, al mejor estilo de las películas Matrix o incurrir en el hecho de creer que se nos vende una realidad prefabricada, nuevo tropezón para creer que hay un titiritero o titiriteros que controlan y fabrican ésta. Para elufdir esto, se puede recurrir a los registros de la experiencia humana elucubrados por Lacan en su formalización de la teoría psicoanalítica bajo su lectura freudiana: real, simbólico e imaginario. Aquí, cuando se habla de que estos reality show presentan una realidad prefabricada, se está apelando, desde lo simbólico, a lo imaginario del simulacro por cuanto naturaleza y realidad humana (que nada tiene de natural), se confunden y dan por sentado una manifestación doxológica de un modo de vida universal, sin apelar a eso particular que le permitiría al sujeto asumir la verdad de su deseo.

Así aparece el sinóptico posmoderno y, bajo nuevas tecnologías, hace su aparición la manifestación de un síntoma social: el uso de las nuevas modadlidades de comunicación. La cantidad de usuarios que en el país que en el último mes han acudido a solicitar y firmar por el nuevo servicio de telefonía celular 3G ofrecido por el servicio Kölbi del ICE sólo encuentra su contraparte en la apatía política que se vive en el país actualmente para asistir a votación en las próximas elecciones presidenciales. Esta apatía va nás allá de ese discurso manifiesto cotidiano que encuentra aparición en la incompetencia y malas propuestas de los candidatos para las elecciones 2010, . Si lo comparamos con un fenómeno tan simple como la implementación de la nueva tecnología celular y la creciente demanda, parecería que las personas están más dispuestas a firmar un plan prepago por un servicio de comunicación que promete todo excepto esto último, en lugar de dar su voto en las próximas elecciones. Escribir mensajes de texto y correos por celular por encima de escribir el propio destino del país en unas elecciones.

Ahora más que nunca, los efectos de la posmodernidad se empiezan a ver en el país, con el incremento de consumo, no sólo de alcohol y demás sustancias psicoactivas, sino de comunicación y demás recursos tecnológicos que prometen esto último; todos propinando un espacio a un sujeto que no quiere asumir la responsabilidad de su síntoma. Los salones de baile y encuentro de antaño, fueron sustituidos por bares que se dedican exclusivamente al consumo de alcohol, los bares por cibercafés en donde la única compañía del cliente además de su café (latte, americano, expresso, cappuccino, mokaccino, vienés, frozen, etc.) es algún artefacto electrónico con conectividad a WiFi (iMac, iPhone, Blackberry, netbooks, etc.) y por último la cotidianeidad misma del hogar, el trabajo o espacios recreativos distintosa a los susodichos, en donde el consumo obnubila toda posibilidad de producción. Enmascarado bajo la promesa de que cualquier tipo de consumo (consumo de vehículos, de combustible por consecuente, de recursos naturales, de alcohol, de drogas ilegales, de comida rápida, de programas de dietas, de programas de ejercicio, de sistemas de moda, de tendencias musicales, porgrams televisivos de corta duración al mejor estilo de os sitcom, de noticias e información, de comunicación; el catálogo de porductos de consumo veloz podría engrosar un nuevo catálogo que rivalice con El libro de los seres imaginarios de Borges).
Parecería que en la sociedad bajo la bandera posmoderna, la caída del Nombre-del-Padre, de la ley, de los grandes relatos, como quiera llamársele desde distintas teorías, ha desembocado en una búsqueda de un límite mortífero que empieza a dejar ver sus estragos en un país en donde la inscripción del sujeto ha sido renegada por todas estas prácticas de apatía, engalanadas de consumo, ¿de qué? De cualquier producto, siempre y cuando no se asuma la responsabilidad de su producción. Nos comunicamos, sí, pero estrictamente bajo la fachada de un avatar o una pantalla electrónica; salimos, sí, pero bajo el auspicio de algún psicoactivo, de uso legal o ilegal, que esté más a la mano.

El mundo actual bajo el imperio de la posmodernidad sólo puede esperar la nueva modalidad en que el Nombre-del-Padre vuelva a instalarse en la cultura, y mientras tanto, así como siempre el país sigue una curva promedio de atraso en todo aspecto político, social y económico, tenemos que añadirle de 10 a 15 años más a esa espera, y entre tanto, ahogarnos en el consumismo de un país que teme empezar a asumir la responsabilidad de lo que escribe y trazar su propio futuro.
Jorge Ramírez R.
Bibliografía.
Corominas, J. & Pascual J.A. (1980). Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico
. Madrid: Gredos.
Lyotard, J.F. (1989). La condición posmoderna. Madrid: Cátedra.
Lypovetsky, G. (2003a). La era del vacío: ensayos sobre el individualismo
contemporáneo
. Barcelona: Anagrama.
Orwell, G. (2001). 1984. Barcelona: Destino.
Žižek, S. (2005). El acoso de las fantasías. México, D.F.: Siglo Veintiuno.