miércoles, 6 de enero de 2010

Buen patriota, buen perverso

Divertido ensayo presentado en el 2001, en mi primer año en la UCR, que ilustra lo que fue mi primer intento de cortejo y coqueteo con la teoría freudiana, sostenido por un incipiente manejo teórico, menesteroso y poco acertado para dicha época. Posteriormente abandonaría dicha causa para que un año más tarde, fuese el mismo Lacan, a partir de su lectura, el que me volviese a introducir al pensamiento freudiano y a todo un cuerpo teórico que encontraría sutura por el trabajo clínico. El ensayo no fue editado con el fin de mostrar esos primeros tropiezos y desaciertos que uno encuentra al inicio (como en toda relación), cuando trata de darse a la conquista de un objeto aun por producir…y aun en producción.


La palabra perversión, en el sentido doxológico, alude a la maldad, a un pérfido deseo de un mal reprimido (¿o acaso requerido?), es decir, nos remite toda una categorización moral de su significado. Cuando se habla de perversión, tenemos que tener en cuenta que nos estamos refiriendo únicamente a la perversión sexual en tanto que considero absurda alguna otra acepción.

La perversión, desde un punto de vista social, se constituye como una enfermedad la cual se contrapone a la “normalidad” sexual.

Esta “normalidad”, como ya se vio anteriormente con la primera concepción freudiana, no llega a ser sino el proceso por el cual se llega a las perversiones a través de las desviaciones. Este argumento pone en duda el término de normalidad sexual que socialmente conocemos e inclusive plantea un cuestionamiento acerca de si debería de hablarse de una perversidad sexual en lugar de una normalidad.

Me fue necesario explicitar todas estas breves aclaraciones acerca de la perversión ya que como quedó dicho, se ocupa de una perversión para que haya sexualidad. En adelante se pensará en la perversión como algo implícito en la norma misma y no dentro del campo de las discriminaciones. Con esto podemos deducir que el sexo acarrea consigo perversión y esta conduce a una inflamación del proceso sexual normal (perverso).

Ahora que ha quedado más claro el concepto de perversión vinculado con la normalidad sexual, podemos introducir el tema acerca del sexo de la patria en relación con el proceso perverso que señala Freud en su segunda concepción de las perversiones.


En primer lugar es importante plantear algunos cuestionamientos acerca de lo que podría llegar a significar el hecho de que una patria tenga sexo.

La patria en sí, se constituye como una construcción del lenguaje, imaginaria si se quiere en cuanto que se piensa como una unidad, unidad formada por individuos que viven una experiencia sexual a través de la palabra.

Es a través de esta palabra que la patria recibe su sexualidad remitiendo al género masculino. Pero, ¿es este el verdadero sexo de la patria o hay acaso una connotación femenina implícita en el discurso?

En segundo lugar cabe aclarar que relación tiene el sexo con la patria y los individuos.

Se plantea una paradoja en cuanto a la ignorancia que tienen los individuos ante el verdadero sexo de la patria. Para que estos lleguen a saberlo, tiene que haber una relación sexual de ellos con la patria, la cual, por razones obvias, no se da. Esto nos remite al proceso perverso establecido por Freud en el cual el individuo negará el verdadero sexo de la patria y recurrirá a un fetichismo.

Para una mejor comprensión de lo susodicho, aclararemos brevemente todo lo que involucra el proceso perverso.

Para la comprensión de este proceso, Freud abordó tres aspectos metapsicológicos: la desmentida (déni) de la realidad, la denegación [déni] de la castración y la escisión del yo.

Freud establece una relación entre la desmentida y la psicosis en cuanto que la primera funciona como inductor de procesos en la segunda. Sin embargo Freud, llega a reconsiderar esta discriminación inicial. La desmentida de la realidad le deja de parecer específica de las relaciones psicóticas, pues ese mecanismo se encuentra ilustrado en el fetichismo. En esta perversión la desmentida de la realidad se refiere a la ausencia del pene en la madre cual remite automáticamente a una denegación de la castración. Con esto Freud presenta un mecanismo de defensa ante una realidad percibida en la ausencia del miembro fálico, como proceso perteneciente a una organización perversa. En el fetichismo esta desmentida, inaugura la formación del objeto fetiche. A partir de este se dan dos corrientes psíquicas. Una que verifica la ausencia del pene y otra que lo atribuye imaginariamente con la forma del objeto fetiche. Con esto se pone de manifiesto la escisión del yo que se evidencia en el fetichista y en todos los perversos. Freud no limita esta propiedad como un mecanismo operatorio constitutivo de las perversiones sino que la generaliza al nivel del funcionamiento psíquico de los procesos.

La paradoja establecida anteriormente es muy similar a la paradoja psíquica establecida por Freud: los individuos quieren saber algo de la castración mientras que al mismo tiempo no quieren saber nada de ella tampoco. Similar sucede con los habitantes de la patria los cuales quieren saber el sexo de esta pero utilizan la ignorancia de excusa para no saber nada acerca de ello. En ese sentido, las perversiones remiten a la cuestión de la diferencia de los sexos como tal.

Freud ubica el proceso constitutivo de las perversiones en torno a la atribución fálica a la madre, en nuestro caso a la patria (matria). Esta atribución fálica tiene que ver con la concepción de algo que tendría que haber estado allí y es vivido como faltante. De ahí el origen del objeto fálico.
La matria en su inicio se presenta carente de ese objeto fálico. Los habitantes, así como el niño, no renuncian a la representación de la matria fálica. La movilización del deseo con relación al deseo de la matria se apoya en la elaboración de un objeto imaginario supuesto a faltar a la matria, y que le permite, en un primer momento, identificase con un objeto tal que podría identificar a la matria carente. Esta es la identificación propia de los habitantes.

Ante la angustia de castración evidenciado en la matria, los habitantes o fetichistas recurren a un complejo proceso de defensa. Se niegan a reconocer la ausencia faltante del pene en la matria. Ante esto reaccionan elaborando una formación sustitutiva. El fetichismo ante la desmentida de la realidad responde: como la matria no tiene falo, se le encarga el objeto a faltar, se le adhiere el objeto fálico, el objeto fetiche; en este caso la palabra fetiche: patria. La elección de esa palabra, permite a los habitantes a no renunciar al falo en la matria y con ello también neutralizan la angustia de una posible castración.

De tal forma a partir de la connotación femenina de la patria, podemos recurrir a la connotación fálica implícita en esta, poniendo en evidencia que el buen patriota, no sólo es aquel que procura el bien común de su patria a partir del amor a ésta, sino que es el buen perverso que desmiente dicha connotación.

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