miércoles, 6 de enero de 2010

Naturaleza humana: oxímoron autorizado de la posmodernidad

Otro ensayo de mis años mozos universitarios.
En la antesala de un siglo XXI que, cada vez más ve prolongarse el eclipse de la modernidad, yace la reiterada nece(si)dad de cuestionar esa condición que, ya ajena, siempre particular y, por lo demás, atribuida, nos indica un punto ciego en el campo de acción que impide incurrir en algún tipo de ontologización. De esta manera, es pertinente construir la interrogante: “¿de qué hablamos, cuando hablamos de naturaleza humana?

Esta pregunta, retórica por cierto, supone la apertura de espacios discursivos, la elaboración de un texto si se quiere, en donde se entrama un tejido de relaciones contradictorias, que más allá de plantearse como respuestas, ejecutarán lo que se entiende hoy por naturaleza humana, desde un lugar deferencial.

Antes de dar inicio a estos espacios de lectura, es pertinente que situemos un problema (entre los muchos) que trae consigo la pregunta planteada y es ¿quién es ese que habla de naturaleza humana? Esta pregunta, a la pregunta, nos conduce a una afirmación lógica y es que, eso que entendemos por naturaleza humana, está en función de ese o esos que la hablan. Más acertadamente, una conceptualización de naturaleza humana, está en función del discurso que la define.

De esta manera, resulta inútil cualquier abordaje que trate de dar cuenta de la especificidad de “naturaleza humana” dejando por fuera la manera cómo las características de éste responden a la interacción con otros factores. En esta medida, estos discursos que hablan de naturaleza humana, nos proponen dos vertientes antitéticas bien articuladas a manera de preguntas que seguirán abriendo el diálogo: ¿qué hay de humano en la naturaleza? y/o ¿qué hay de natural en lo humano?

Esta última pregunta trae, por oposición, un principio estructuralista fundamental: el de la diferencia. Es decir, si nos preguntamos por eso que hay de natural en el ser humano, debemos preguntarnos también, por ese residuo artificial que obtendríamos en la respuesta a la pregunta. Por otra parte, si estamos en el campo de una oposición entre lo natural y lo artificial, no podemos soslayar lo correspondiente entre naturaleza y cultura, naturaleza y lenguaje, si se quiere.

Esta engañosa oposición, no puede más que encontrar su argumento en la etimología de la palabra. Naturaleza encuentra su origen etimológico en la palabra latina natura que, a su vez, procede de natus, participio del verbo nasci, nascere.

De esta forma, en nascere, se está haciendo alusión, no a un objeto natural externo, sino a un proceso de origen. En este sentido, lo natural se constituye en el orden de lo performativo, de aquello que se transforma. En esta medida, lo natural como proceso, encuentra distintos ejes de función del discurso que la articule. Así, no se rompe del todo la oposición naturaleza/cultura sino que encontramos mayor fundamento para decir que lo natural es propio de la cultura.
Con la afirmación de que en la cultura, no hay nada de natural y, más aún, que si lo hubiese, estaría definido por ésta, hablar de naturaleza humana resultaría contradictorio.
Con respecto al ser humano, hablar de una naturaleza inherente a éste, previo a un proceso de acceso o entrada a la cultura, resulta ineficaz bajo susodicho argumento.

Así, debemos desdeñar todo intento de incurrir en argumentos que establecen una esencia del ser fundamentado en lo natural, siendo esta naturalidad, producto de un artificio mismo como lo es el lenguaje. La naturaleza, así, se construye en este artificio, social, cultural, que le aporta un estatuto jerárquico ficticio, que no hace sino remitirnos al carácter de opuestos binarios que articula el deconstruccionismo.

En esto, es bastante acertada la distinción que propone la teoría psicoanalítica en cuanto a la construcción de los pares (opuestos) instinto/pulsión. Si bien, no indican una correspondencia directa con naturaleza/cultura, ponen en tela de juicio eso que se puede considerar como natural.
Así pues, lejos de atribuir una cualidad instintiva al ser humano, se le atribuye una lógica pulsional en donde los modos de satisfacción van a estar sujetos a las formas de relación con un objeto. El instinto, no así, va a ser exclusivo de las especies animales, en donde se responde a una temporalidad y a una sistematicidad específica. Sin embargo, no hay que perder de vista que, en esta noción de instinto, no hay nada de natural. Es decir, en tanto este atravesado por el lenguaje, se constituye como una ficción sujeta a alteraciones.

Al decir que una persona es “buena” o “mala” por naturaleza, lo que está de fondo, es toda una construcción social de naturaleza que apunta un sentido, a esto considerado como “bueno” o como “malo” en el discurso que lo articule.

De esta forma, y bajo este par, es como podemos articular la perversión encubierta por lo natural en la posmodernidad. Lo natural, en la estructura social, autorizado por la ley que la burla y re-produce para dar lugar a la producción de actos que, bajo un despliegue neurótico, encuentra lugar en ciertas sociedades como modo de articulación de un malestar social, de la caída de un nombre, significante derivado de lo originario que acordaría las normas de lo cultural e insertaría a los sujetos en dicho orden: el Nombre-del-Padre, la ley del orden simbólico.

Bajo la égida del discurso capitalista y sus despliegues consumistas, el sujeto, en particular las sociedades síntoma, se encuentran consumidos en un mundo que hoy más que nunca goza, no encuentran otra forma de producir su historicidad en la reproducción de actos, que ante la renuencia a la escucha los promueve, los naturaliza y, por consecuente, los censura.

De esta forma, más allá de recurrir a una teoría que, fundamentada en una clínica, esotérica para algunos, pueda darnos mayores argumentos en la constitución del ser humano en cuanto a su estructura, podemos limitarnos a la lógica detrás de la construcción semántica.

La naturaleza se vuelve así un artificio, un aparato del lenguaje que no se vuelve discernible sino en la verosimilitud que proyecta en una pantalla de ficción que se opone a la realidad de las cosas. Precisamente, en naturaleza humana, la presencia de la palabra naturaleza ausenta la cosa, una naturalidad como tal, para dar lugar al referente. Este referente ficticio, construye una realidad, que a luz de la posmodernidad, se nos vuelve verdadero.

De esta manera, en una época donde todo aquello que es procesado, construido, todo lo artificial, es presentado como natural, ¿por qué habría el ser humano de escapar a esa tendencia cultural?
Si hubiese algo de natural en el ser humano que escape a esa naturaleza artificial, no podría conocerse y, por consecuente, sería el orden de lo indecible.
Jorge Ramírez R.

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