viernes, 15 de enero de 2010

Política y publicidad. ¿Y las reglas del juego?

Siempre se creyó, en el imaginario social, que el despliegue publicitario en el ámbito nacional, estaba regido por una serie de normas y disposiciones legales que impedían el ataque directo a otras marcas competidoras en la promoción de un producto bajo publicidad comparativa.


Poco se adivinaba en el ámbito cotidiano, que dicha prohibición, no estaba legalmente y formalmente reglamentada, sino que respondía a un "acuerdo entre caballeros", que dirimía toda posibildad de ataque en el accionar publicitario, a una marca especifica.


Esto devino en un pacto, simbólico por lo demás, y que encontró formalización en una serie de recursos publicitarios que apelaron la construcción de una marca por encima de encontrar en una retórica opositiva la finalidad fetichista de exigir la venta de un producto sin hacer visible los medios de producción detrás del mismo. Por ejemplo, cualquier producto puesto en el mercado, era promocionado a partir de la producción a la cual éste había sido sometido, enseñando los medios y las relaciones humanas que dieron lugar al mismo. Esto fue lo que siempre prevaleció, al menos en el entorno nacional.


A mediado del año 2009, la cadena de supermercados Megasuper desencadenaría lo que el malestar de esta época, no podía soslayar: empezó a realizar una campaña publicitaria, en donde se atacaba de manera directa la cadena de supermercados Palí; las reglas del juego habían cambiado.


Muchos empezamos a cuestionar si dicha parafernalia visual, violaba las disposiciones legales en materia de campañas publicitarias. La respuesta no se hizo esperar; no existía tal señalamiento legal que restringiera la publicidad comparativa desde la ley 7472, Ley de Promoción de la Competencia y Defensa Efectiva del Consumidor, y lo que prevalecía en esta prohibición, era un pacto, un "acuerdo entre caballeros", mítico, sin lugar de origen o figura representante, sin una firma o lugar de inscripción que lo sostenga: la guerra publicitaria podía comenzar.


Si algo definió a esta campaña política para las elecciones 2010 fue lo que muchos consideraron, una falta de ética en el accionar publicitario en donde la descalificación se volvió la consigan de todo partido político, grande o minoritario.


¿Descalificación hacia quién? Hacia todos los ciudadanos que aquel 7 de febrero llegarían a la urna a "botar" su destino.


El discurso populista engalanado por los ya conocidos atuendos de denuncia a la corrupción en las altas esferas, de teorías de conspiración elucubradas por el partido mayoritario y, la más cara y atrayente prenda en toda la indumentaria, la inseguridad ciudadana. Bajo este discurso se uniformaron la mayor parte de los partidos políticos en pugna durante el período electoral.


Muchos, sino es que la gran mayoría, la compacta mayoría, sucumbieron a esta maquinaria publicitaria adoptando dos posturas: el rechazo a esta monserga oportunista seguido por una apatía hacia la política y un posible abstencionismo; o bien, la supeditación a la misma y verse incitados a la votación, en pos del furor incentivado por estas campañas.


Amabas posturas tan sólo con dos caras de una misma moneda y en ambas posiciones, se cae en mismo error del discurrir posmoderno: creer que este nuevo accionar publicitario responde a una voluntad particular que descalifica el pensamiento crítico del ciudadano. A saber que en boca popular se oiría decir: "los políticos creen que el pueblo es, se ha vuelto o lo quieren volver ingenuo y ante esto, recusan la posibilidad de establecer un planteamiento de sus idea que dé cuenta del desarrollo y contenido de las mismas". Vemos como bajo esta lógica, esta implícito la duda, la sospecha, la apelación a ese padre perverso, titiritero que la posmodernidad tanto teme. Para muestra, los últimos anuncios realizados por Ottón Solís y el Partido Acción Ciudadana, donde, bajo la entrega de una serie titulada marionetas, muestran a la candidata por el Partido Liberación Nacional y al candidato por el Movimiento Libertario, como marionetas de ese invento de un delirio nacional: Los Arias.


Se apela a Los Arias como un delirio nacional, porque vienen a ocupar ese lugar de autoridad que en la posmodernidad, sospecha un poder que lo que busca es gozar a costa del otro. Así, se extiende ad infinitum la cantidad de elucubraciones en la cultura popular acerca del control omnipotente que maneja esta construcción, los Arias, en torno al país y su desarrollo. Este delirio, iniciado desde que la Sala IV aprobó la reelección, evidentemente encontró continuación la postulación de Laura Chinchilla. Ahora, el Movimento Libertario, cuyos cuestionamiento de fondos aquí no vamos a negar, entró, bajo la mirada de la campaña del PAC, en dicho modelo de control arista.


De tal forma que, bajo este discurso, con los Arias o sin los Arias en el Ejecutivo, el poder siempre éstos lo van a ejercer para seguir manipulando al país. Dicho pensamiento lo encontramos en mayor escala con el cambio de gobierno en los Estados Unidos. A pesar de que los Bush se encuentran fuera del poder, Obama se encuentra atado de manos, sujeto a unos titiriteros corporativos que son los que en realidad controlan el país y la economía mundial.


El mensaje manifiesto en este tipo de campaña deja ver un malestar latente que va más allá de estas construcciones delirantes. El peligro del último mensaje realizado por el PAC no radica señalar la manipulación de la candidata por parte las altas esferas del partido, sino en mostrar que esos que manipulan, representantes de la autoridad, en realidad son déspotas perversos usurpadores del poder. No es casual que a la par de éstos, se dejasen ver dos personajes cuyas vestimentas, desde una promoción de un juicio valorativo, podrían creerse que se tratan de un banquero y un narcotraficante: estandartes hoy en día de corrupción. Con esto se confirma que esto que dice que el padre de la posmodernidad no sólo es sospechoso sino que es culpable. ¿De qué? De gozar a costa de sus hijos. Esta es la idea que pretende vender el discurso capitalista de la posmodernidad, el cual oculta la figura del AMO ABSOLUTO, del discurso del amo de la modernidad, para entregar al sujeto libre elección y albedrío. A saber que, bajo el discurso capitalista elucubrado por Lacan en Milán en mayo del ´72, se amparan los argumentos actuales bajo la egida de cualquier bandera. El tema es otorgarle al sujeto esa ilusoria vestimenta de libre elección en tanto, bajo regímenes totalitaristas o bien la tiranía del consumismo, el deseo se ve ahogado las interminables redes de un goce mortífero.


Imputar a los actuales candidatos por las campañas que se han venido realizando, elimina la posibilidad de demandar de ellos la cuota de responsabilidad que junto a la nuestra, exige el curso de este período electoral. Adahora, las propuestas presentadas por los distintos partidos, habrían parecido risibles, fuera de tono y desdeñables. Actualmente ocurre todo lo contrario, ¿qué ha sucedido?


La posmodernidad ha cambiado las reglas del juego al punto que bajo el ala del discurso capitalista, se promueve la ilusión de una ruptura de todas las reglas. Bajo la consigna de que todo se puede, una ganancia sin pérdidas, una democratización sin fronteras, la nuevas campañas surgen como efecto de dicho pensamiento. Hoy más que nunca, este período electoral pone en evidencia que el pensamiento posmoderno nos ha alcanzado. La caída del la ley simbólica no sólo se ve en el acontecer político sino en el día a día. La cultura del simulacro golpea fuerte nuestro país que, bajo el Quéjese de Repretel, los reality show a manera de concurso del canal 7, y el auge de las redes sociales que ahora encuentran auspicio de Kolbi, por si la ruptura del lazo social aun no era razón suficiente para fruncir el ceño, ve desvanecerse las reglas de un juego el cual, a diferencia de las grandes potencias mundiales, no podemos darnos el lujo de pagarlo sin la escritura de las mismas.

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